jueves, 10 de diciembre de 2009

1998, Europeo sub'21: Máxima eficacia

A veces los títulos llegan cuando uno menos se lo espera. En el caso que hoy nos ocupa no es que no se confiara en una selección repleta (como casi siempre) de grandes jugadores, sino que simplemente no parecía la ocasión más propicia para levantar un trofeo. Con la atención de la afición dispersa entre la resaca de las celebraciones por la séptima Copa de Europa del Real Madrid y los preparativos para el Mundial de Francia'98 (torneo del que curiosamente sí esperábamos bastante más), el Europeo sub'21 de Rumanía no levantaba demasiada expectación. Si dos años antes, jugando en casa (y con Raúl y De la Peña en el equipo) no habíamos sido capaces de ganar, nada nos hacía pensar que esta vez sí lo pudieramos conseguir. Pero mientras veíamos a nuestra selección levantando la copa, seguro que más de uno se prometió no volver a dudar de una España de categoría sub lo que fuese.

La larga fase de clasificación para esta cita, paralela a la del Mundial de Francia 1998, comenzó en octubre de 1996 en la República Checa con una sufrida victoria por 1-2 gracias a dos postreros tantos de Morientes y Celades, bajo la dirección del seleccionador absoluto Javier Clemente. Con el rubio de Barakaldo en el banquillo llegarían el empate ante Eslovaquia en el Insular de Las Palmas que supuso el principio del fin de la prometedora carrera futbolística de Álvaro Benito, un ajustado triunfo ante la Yugoslavia de Dragutinovic, Paunovic y Stankovic, y una apagada goleada en Malta con Salva Ballesta como bigoleador. En febrero de 1997, y ante la débil selección de la isla mediterránea, Iñaki Sáez se estrenó dejando muchas dudas (1-0 y gracias), pero empezó a convencer con su victoria en Yugoslavia por 1-2 y dejó al equipo al borde de la clasificación tras un contundente 4-0 a los checos en Burgos. El pase a la fase final quedó sellado en septiembre en Eslovaquia tras un trepidante encuentro que acabó con un marcador de 3-4 (con dos goles del debutante Benjamín) que puso de manifiesto la superioridad técnica de los jóvenes españoles en su grupo.

Aunque Iñaki Sáez era ya quien se sentaba en el banquillo de la sub'21, lo cierto es que el verdadero mando recaía en Javier Clemente, como demuestra el hecho de que fuera el propio seleccionador absoluto quien anunciara conjuntamente las listas de convocados tanto para el Mundial como para la Eurocopa sub'21. Esa autoridad había motivado la marcha de Andoni Goikoetxea unas semanas antes de los Juegos Olímpicos de Atlanta'96, pero a Sáez no parecía incomodarle. Así que los 20 convocados (por Clemente) para la fase final de Rumanía fueron los siguientes: Josico (Albacete), Felipe Guréndez (Osasuna), Arnau y Roger (Barcelona), Ito y Míchel Salgado (Celta), Valerón (Mallorca), Iván Pérez (Betis), Guti y Víctor (Real Madrid), Esteban (Oviedo), José Félix Guerrero (Racing), De Paula y López Rekarte (Real Sociedad), Benjamín y García Calvo (Valladolid), Cuartero y Marcos Vales (Zaragoza), Salva Ballesta (Sevilla) y Ballesteros (Tenerife). Antes de comenzar el torneo, el valencianista Angulo sustituiría a De Paula por lesión. Por el camino, además de Celades, Etxeberría y Morientes (que dieron el salto a la absoluta para disputar el Mundial), se habían quedado jugadores como Álvaro Benito (que iba de operación en operación), Toni Velamazán, Manuel Pablo, David Cordón, Santi Ezquerro, César o Iván De la Peña, que debido a las lesiones y a los problemas con Van Gaal había ido perdiendo sitio en el Barça y consecuentemente en la selección sub'21.

En esta fase final de 1998 la UEFA, que daba tumbos buscando la fórmula de competición idónea para este torneo, optó por un novedoso formato consistente en eliminatorias a partido único desde cuartos de final. España debutó el 24 de mayo ante Rusia en Bucarest, en un partido que dominó de principio a fin amparada en un sólido sistema defensivo que servía de base para las escaramuzas de Valerón, Roger y Marcos Vales. Además Arnau paraba todo lo que llegaba a su portería y con esos ingredientes la victoria parecía más cerca que la derrota, y aunque hubo momentos para la duda, un gol de Iván Pérez a diez minutos del final certificó el pase de España a las semifinales. El rival, Noruega, invitaba al optimismo, pero como casi siempre hubo que trabajar a fondo para conseguir la victoria. Nuevamente España controló el ritmo del partido, pero tanto Valerón como Guti (declarado mejor jugador del choque) vieron como el palo rechazaba sus disparos en la primera parte. Salva, sustituto en el once inicial de Iván Pérez, tampoco acertaba con la portería nórdica, y los tempraneros cambios introducidos por Sáez no sólo no mejoraron la puntería sino que colocaron  al equipo en una situación crítica cuando Míchel Salgado se vio obligado a retirarse lesionado, dejando a España con diez. Afortunadamente Noruega apenas inquietó la meta de Arnau, ni siquiera durante los minutos en los que disfrutó de superioridad numérica (al filo del 90 fue expulsado Heggem), llegándose a la prórroga con el marcador inicial. Y al poco de comenzar el tiempo extra, una combinación entre Guti e Iván Pérez encontró por fin el camino del gol (de oro) y nos metió en la segunda final consecutiva de la categoría. El partido por el título, celebrado en el estadio del Steaua, contó con otro rival inesperado, Grecia, y fue quizá en el que peor jugaron los de Sáez. Pero las finales hay que ganarlas, y eso fue lo que hicieron nuestros chavales ante una selección griega en la que aparecían ya varios de los jugadores que acabarían conquistando el europeo absoluto en 2004, como Dellas, Basinas o Karagounis, entre otros. En un disputado encuentro en el que Arnau resultó decisivo una vez más, Iván Pérez aprovechó un balón suelto en el área tras un córner para adelantar a España al poco de comenzar la segunda mitad. Y como en los dos encuentros anteriores, ese solitario tanto del bético fue suficiente para llevarse el partido.

No deja de ser curioso que un equipo con tanto potencial ofensivo (Roger, Valerón, Guti, Víctor, Benjamín, Salva) acabara ganando el campeonato basándose en una fortaleza defensiva que le valió a Arnau para obtener el premio al Mejor Jugador del torneo. Cosas de Clemente, quizás. Pero lo importante es que, aunque fuera de una manera más típica de Italia que de España, nuestra selección consiguió levantar un trofeo que se resistía desde 1986 y que, aunque entonces no lo imaginábamos, ya no hemos vuelto a conquistar. De hecho, para encontrar la primera participación de España en una fase final de la categoría tras este título de 1998 y el tercer puesto en la siguiente edición tenemos que viajar hasta el verano pasado, cuando el equipo de López Caro no pudo siquiera superar la fase de grupos. Para la próxima edición, que además clasifica para los Juegos Olímpicos de 2012, el pase se ha complicado tras la derrota en Holanda. De fallar, serían ya 3 olimpiadas consecutivas sin representación española en el torneo de fútbol. La crisis de la sub'21 parece evidente pero resulta difícil decir si debe ser motivo de preocupación. Siendo (como el resto de selecciones inferiores) una categoría todavía de formación, puede ser en la que con más razón se debería aplicar el criterio de obtención de resultados, pues constituye el último escalón antes de la élite y ahí hay que aumentar el grado de exigencia en todos los niveles, incluido el de los resultados. Y esos resultados no se están consiguiendo, pese a haber contado con grandes jugadores, pero tampoco se puede negar que en los últimos años los mejores exponentes de la sub'21 apenas han jugado un puñado de partidos en ella antes de integrarse con éxito en la absoluta, que es donde sí se exigen resultados (y afortunadamente se están logrando). Por otra parte, en esta categoría se citan ya las promesas más firmes de cada país, jugadores que mayoritariamente ya están despuntando en las distintas ligas, y esto hace que casi todas las naciones presenten equipos muy competitivos, aunque se trate de federaciones que en categorías inferiores no suelan obtener buenos resultados por no realizar una adecuada búsqueda de talento. Como casi siempre, no es fácil llegar a alguna conclusión definitiva, pero en todo caso deseamos que pronto haya otro grupo que pueda revivir el triunfo de la generación a la que hoy recordamos.



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Fotos: El Mundo Deportivo

viernes, 4 de diciembre de 2009

La ¿maldición? de Cobi

El otro día se quedó pendiente un repaso a la carrera de nuestros campeones olímpicos en Barcelona'92, especialmente a las circunstancias especiales que rodearon casi todas sus retiradas. Porque la mayoría disfrutaron de unas carreras relativamente brillantes, alcanzando en muchos casos la selección absoluta, participando en Mundiales y Eurocopas y logrando varios títulos con sus respectivos equipos, pero también casi todos se vieron envueltos en lesiones y polémicas a la hora del adiós, muchas veces más temprano de lo normal para un futbolista profesional. Seguramente no sean más que un cúmulo de casualidades, pero no deja de ser curioso echar un vistazo y ver que del once titular de la final prácticamente nadie se salva de lo que la gente no tardó en llamar "la maldición de Cobi".

Toni Jiménez había completado un torneo olímpico memorable. Se había hecho con el puesto adelantando a un Cañizares que se perfilaba como titular antes del campeonato, y consiguió llegar a la final sin recibir ni un solo gol. Aquel año había estado cedido por el Barça en el Figueres, con el que se quedó a un paso de ascender a Primera. Tras los Juegos estuvo a punto de firmar por el Zaragoza pero a última hora prefirió la oferta del Rayo Vallecano, con el que debutó en la máxima categoría de la mano de Jose Antonio Camacho. Con el técnico murciano viajó después al Espanyol, al que devolvió a Primera, asentándose rápidamente como uno de los mejores guardametas de la categoría (llegó incluso a debutar con la absoluta, con Camacho, cómo no), hasta que en 1999 fichó por el Atlético para conformar una portería de auténtico lujo junto a Molina. Pero todo se torció. Suplencia, descenso y un error garrafal en la final de Copa ante su ex-equipo le marcaron y desde entonces la inseguridad y los errores fueron sus acompañantes. Pese a regresar al club perico en 2003, la temporada siguiente se retiró con 34 años, una edad no excesivamente elevada para un guardameta.

Juanma López era uno de los defensas más temidos por los delanteros de la Liga a principios de los 90. Fuerte y expeditivo, su juego al límite le ocasionó más de un disgusto en forma de expulsión y pronto se le colgó la etiqueta de leñero, aunque en su defensa alegaremos que en su historial no consta ningún lesionado. Tras ganar el doblete con su Atleti, su carrera se truncó en 1997 con una grave lesión de rodilla de la que recayó en varias ocasiones (una incluso por culpa de un accidente doméstico) y que acabó obligándole a retirarse en 2001.

Abelardo ya había debutado con la selección absoluta en uno de los primeros partidos de Miera y era uno de los defensas con más proyección del país. Su crecimiento le llevó al Barça en 1994, donde fue pieza indiscutible en el equipo hasta que las lesiones comenzaron a acosarle. Problemas musculares y de rodilla le llevaron a decir adiós a los terrenos de juego en 2003, cuando militaba en el Alavés. Actualmente entrena al filial de su Sporting y hace sus pinitos como comentarista televisivo.

Roberto Solozábal fue el primero de los titulares en caer. Capitán de la selección y símbolo de la cantera rojiblanca hasta su salida del club de Manzanares en 1997, Solozábal destacaba por su buena planta, colocación, inteligencia táctica y un aseado manejo de balón, pero acabó siendo víctima de dos de los propietarios más peculiares del fútbol español, Jesús Gil y Manuel Ruiz de Lopera. Tras el doblete atlético de 1996 y la decepción de la Champions League la temporada siguiente, el capitán colchonero fue puesto en la lista de transferibles en una de esas extrañas decisiones de Gil y recaló en el Betis, donde terminó todavía peor: apartado del equipo y en los tribunales, que además acabarían dando la razón al club hispalense. Era la temporada 1999-2000, y aquel mismo verano Solozábal decidió colgar las botas y dedicarse a sus negocios.

Mikel Lasa probablemente sea el titular que menos padeció por la supuesta maldición. Lasa fue un carrilero zurdo criado en la Real Sociedad y que durante 6 temporadas recorrería la banda del Bernabéu, aunque perdiendo importancia en el equipo año a año. En 1997 la llegada de Capello (y sobre todo la de Roberto Carlos) le obligó a hacer las maletas con rumbo al Athletic, donde alcanzaría el subcampeonato liguero en la mejor temporada del club bilbaíno en los últimos años, pero tampoco pudo hacerse un hueco en el equipo y acabó fichando por el Real Murcia, donde permaneció dos años y consiguió un ascenso. Luego firmaría por el Ciudad de Murcia, también en Segunda, y en 2004 pondría fin a su carrera, con 33 años.

Albert Ferrer puso fin a sus correrías por la banda derecha en 2003, al finalizar su contrato con el Chelsea, al que llegó en 1998 como uno de los efectos colaterales del aterrizaje de Louis Van Gaal en Can Barça. Quizá el tener que dejar su club de toda la vida fuera el único efecto de la maldición, porque en Londres brilló varios años, llegando a ser considerado uno de los mejores extranjeros de la Premier, hasta que la edad y la llegada de jóvenes valores le condenaron al banquillo y luego a la retirada, cuando contaba con 33 primaveras.

Luis Enrique, uno de los muchos canteranos del Sporting presentes en los Juegos, ya pertenecía entonces al Real Madrid y acabaría fichando por el eterno rival de los blancos en 1996, tras una salida no demasiado amistosa de la Casa Blanca. Futbolista de raza y tremendamente polivalente, en el Barça disfrutó de sus mejores años como profesional hasta que el club entró en barrena a comienzos de siglo. Señalado indirectamente como uno de los responsables del mal momento del equipo, decidió retirarse en 2004 y durante un tiempo se instaló en Australia, entregado a su otra pasión: el atletismo. Participó en varios maratones y pruebas de triatlón hasta que el año pasado fue reclutado por el Barça para sustituir a Guardiola como técnico del filial blaugrana.

Pep Guardiola disfruta nuevamente de las mieles del éxito como entrenador, pero su última etapa como futbolista al máximo nivel no fue demasiado positiva. Tras ser y ganar todo en el Barça, en 2001 Guardiola anunció su marcha al fútbol italiano, negando que la mala marcha del equipo esa temporada tuviera algo que ver en su decisión. Simplemente quería probar otro fútbol mientras todavía estuviera a un nivel aceptable, pero no tuvo demasiadas ocasiones. Jugando en el Brescia, Pep dio positivo por nandrolona en un control antidopaje en el mes de noviembre y se pasó cuatro meses sancionado, perdiendo las opciones de acudir al Mundial de 2002 y protagonizando un largo proceso judicial del que todavía no hace mucho que quedó absuelto. El escándalo, que de cuando en cuando amaga con volver a la primera plana, no afectó a su fichaje por la Roma, pero en la Ciudad Eterna Capello no cuenta con él y acaba volviendo al Brescia. Luego Guardiola inició una exótica aventura en el Al Ahly de Qatar y, después de un año retirado, acudió a la llamada de su amigo Lillo para disputar el Clausura mexicano de 2006 con los Dorados de Culiacán. Entre medias completó el curso de entrenador, y tras anunciar su retirada definitiva a finales de 2006, la temporada siguiente asumió el mando del Barça B con las miras de todos puestas en su futuro con el primer equipo. El resto es historia.

Rafael Berges también ha probado suerte como entrenador, aunque sin tanto éxito. Berges era un lateral y centrocampista zurdo que tras pasar por el Tenerife desarrollaría casi toda su carrera en el Celta, siempre acosado por las molestias físicas, y al que una grave lesión obligaría a colgar las botas definitivamente en 2002 cuando ya había regresado a su Córdoba natal.

Alfonso Pérez Muñoz también tuvo que lidiar con multitud de problemas físicos. Durante varios años estuvo considerado el sucesor de Butragueño hasta que un pipiolo de nombre Raúl le adelantó por la derecha. El de Getafe tuvo que buscarse la vida en el Betis, donde triunfó con sus goles y se ganó otra oportunidad al más alto nivel: la que le dio el Barcelona tras la Eurocopa de 2000. Pero las cosas no funcionaron y tras pasar una breve etapa en el Olympique de Marsella regresó a Heliópolis, aunque ya no pudo volver a rendir al máximo y acabó retirándose en 2004. Para la historia quedará su gol a Yugoslavia en la Eurocopa de 2000 y el estadio de Getafe que lleva su nombre.

¿Y qué decir de Kiko Narváez que nadie conozca? Pues si acaso que aquel Oro le sirvió para convencerse de que definitivamente podía hacer carrera en esto del fútbol, a pesar de que ya el año anterior había sido el salvador de su Cádiz. Después ficharía por el Atlético, se convertiría en un ídolo para la afición del Manzanares y acabaría descendiendo a los infiernos. Lastrado por sus eternos problemas de tobillo, salió mal del club rojiblanco (y quién no) y tras ver frustrado en dos ocasiones su traspaso al Calcio (primero al Milan y luego al Lazio), se retiró con más pena que gloria en el Extremadura en 2002 y comenzó entonces una meteórica carrera en los medios.

Pero el maleficio también afectó a varios suplentes. De hecho el primero en sufrir sus perniciosos efectos fue un ocupante habitual del banquillo, el defensa Miguel Hernández, que en 1992 pertenecía al Rayo Vallecano y que en 1994 fichó por el Espanyol, por petición expresa de Jose Antonio Camacho, su ex-entrenador en Vallecas. Pero en Barcelona no tuvo casi oportunidades y tras fichar por el Lleida de Segunda División acabaría colgando las botas en 1998 por una grave lesión. Dos años más aguantó el centrocampista David Billabona (en la imagen), que destacó varias temporadas en el Racing pero al que tampoco respetaron las lesiones. Tras dejar el fútbol, Billabona se marchó a vivir al Pirineo oscense, alejado por completo de su antiguo oficio.

Párrafo aparte merece Santiago Cañizares. Criado en la cantera del Real Madrid, brilló en Elche y Mérida en Segunda y tras los Juegos el Celta le dio la oportunidad de debutar en Primera. Pronto se ganó el puesto, el Zamora y la convocatoria con la absoluta, con la que tuvo un brillantísimo debut en el inolvidable partido ante Dinamarca que nos dio la clasificación para el Mundial de 1994. Volvió al Real Madrid, pero en Chamartín vivió primero a la sombra de Buyo y luego de Illgner, justo cuando parecía que iba a asentarse en la portería merengue, por lo que tras ganar la Copa de Europa de 1998 puso rumbo a Valencia. Allí demostró ser uno de los mejores porteros del país y se mantuvo inamovible bajo los palos, pero también comenzó a sufrir los efectos de la maldición. Una actuación más que discreta en la Eurocopa de 2000, dos finales consecutivas de Champions perdidas y un extraño incidente en el hotel que le privó de acudir al Mundial 2002 sirvieron para alimentar la leyenda. Y cuando parecía que todo volvía a funcionar, en 2008 llega Ronald Koeman al banquillo ché y decide apartarlo del equipo. Fueron cuatro meses de ausencia, declaraciones incendiarias y mal ambiente en general que acabaron con la destitución del holandés, la vuelta del portero a la titularidad y, finalmente, la rescisión amistosa del contrato mientras surgía una turbia acusación de una menor que afortunadamente no tardó en aclararse.

Del resto no podemos decir que hayan padecido demasiado por este hipotético embrujo.  Paqui eligió el verano de 2004 para colgar las botas, en su caso después de completar una carrera llena de altibajos que le llevó por Tenerife, Zaragoza, Hércules, Las Palmas y Osasuna, jugando sólo con cierta regularidad en las Canarias. Javier Manjarín, que no llegó a disputar ni un minuto en aquellos juegos, sí tuvo un brillante paso por Primera. Criado como muchos de sus compañeros de selección en la cantera de Mareo, fichó por el Deportivo en 1993 para formar parte de aquel SuperDepor que tantas alegrías y alguna que otra lágrima causó a la afición coruñesa. En 1999 se marchó al Racing de Santander, y en 2001 inició una aventura al otro lado del charco que le llevó al Atlético Celaya y al Santos Laguna de la Liga mexicana. Regresó a Galicia en 2004 para retirarse en el Arteixo. Otro que no tuvo mayores problemas con la supuesta maldición fue Jose Emilio Amavisca (en la imagen), que en 1994 fichó por el Real Madrid, se ganó un sitio para el que parecía descartado antes de empezar la temporada y se convirtió en pieza clave de aquel Madrid de Valdano. Luego su importancia en el equipo iría disminuyendo y en 1998 fichó por el Racing, club en el que se había formado y donde vivió un descenso (junto a Manjarín, ¿quizá fruto de la maldición?) que provocó su salida hacia el Deportivo en 2001. Allí vivió los mejores momentos del gran equipo de Irureta, semifinales de Champions incluídas, y en 2005 puso fin a su carrera en el Espanyol, donde apenas jugó una temporada.

La carrera más plácida de todos fue sin duda la de Paco Soler, que no se movió de Mallorca desde que debutara en 1990 hasta su retirada en 2004. Luego, ya como entrenador, probó suerte en el Beira Mar portugués, pero no tardó en volver a la isla para entrenar al Atlético Baleares. Ni rastro de maldición. Tampoco podemos decir que la historia de su paisano Gabriel Vidal tenga mucho que ver con la mala suerte, simplemente no llegó a destacar. Pasó por Leganés, Getafe, Ciudad de Murcia, Granada y Atlético Baleares, siempre bajando de escalón, hasta retirarse en 2004. Por último, Antonio Pinilla (en la imagen) fue junto con Cañizares el componente más longevo de aquella selección, ya que se mantuvo en activo hasta el final de la campaña 2007/2008. Criado en la cantera del Barça, la explosión del Dream Team le obligó a buscar su sitio en clubes menores y tras pasar cedido por Mallorca y Albacete recaló en Tenerife, donde se convirtió en uno de los puntales del equipo en los mejores años de su historia. Tras el descenso del club chicharrero, en 2001 Pinilla fichó por el Salamanca y al año siguiente fue traspasado al Nástic de Tarragona, en el que acabaría su carrera tras vivir todo tipo de situaciones: ascensos, descensos, lesiones, bajas, nuevas contrataciones... Tras más de 200 partidos con el club grana, Pinilla ejerce ahora las labores de director deportivo.

¿Conclusiones? Pocas, y cada uno tendrá las suyas, pero hemos de reconocer que toda esta historia ha servido al menos para recordar un poco mejor a nuestros campeones olímpicos, ¿no?