jueves, 30 de diciembre de 2010

Crónicas de 2010: Un ojeador afortunado

Un día antes de la final del Mundial publiqué este artículo sobre Vicente Del Bosque, y un día antes de que acabe el año lo recojo aquí. Así termina este repaso al Mundial 2010, tal y como lo fui escribiendo durante los meses de junio y julio. El año en el que alcanzamos nuestros sueños toca a su fin. Sólo nos queda seguir soñando... y recordando.

"Fue en una mañana gris, durante el puente de Todos los Santos de 1999. Un par de compañeros de equipo habían sido llamados por la selección provincial sub’15 para disputar un intersector del campeonato autonómico, y como aquello era una novedad (hasta ese año éramos un equipillo… bueno, dejémoslo en mediocre) y les tocaba jugar en casa, fui con mi padre a verlos. Hacía un frío de mil demonios en aquellos campos situados en medio de ninguna parte, entre diminutas huertas y descuidadas parcelas de cereales, y el escaso público presente parecía más preocupado por no quedarse aterido en la banda que por el tosco fútbol desplegado por aquellos cadetes. Mis compañeros estaban en el banquillo y yo empezaba a lamentarme por haberme pegado un innecesario madrugón sólo para pasar frío cuando mi padre me hizo un gesto. “Mira, ¿ves a ese? Es Del Bosque, el ojeador del Madrid”. Yo sólo veía a un tipo con bigote, tirando a barrigudo, cubierto con un grueso anorak y un gorro de lana y que sujetaba discretamente bajo el brazo una pequeña libretilla, pero mi padre veía al jugador que le deslumbró en la segunda mitad de los setenta y principios de los ochenta (“este sí que era bueno, vaya técnica tenía, no sé cómo no jugó más en la selección”) y, lo que entonces era aún más sorprendente, al entrenador ideal para un Real Madrid en pleno proceso de re-deconstrucción. “Ah, sí, este entrenó un día al Madrid cuando echaron a Valdano, ¿no?, y ganaron 5-0 en San Mamés” dije yo, haciendo memoria. “Y antes de que ficharan a Valdano también estuvo un par de meses” me recordó mi padre. “Por lo menos pondría un poco de orden”, añadió. “Pues si en un partido es capaz de ganar 0-5, podrían probarle a ver qué tal” dije inocentemente, más por no quedarme callado que por otra cosa, y volvimos a concentrarnos en el juego. Sé que mi padre, que no es precisamente un mitómano, se quedó con las ganas de acercarse y decirle algo, pero entendió que estaba trabajando y no quiso molestarle. No habían pasado ni tres semanas de aquello cuando Vicente Del Bosque era designado nuevamente como apagafuegos tras el cese de J.B.Toshack, y viendo las noticias mi padre me dijo: “¿Te acuerdas?”


Por supuesto que me acordaba, y durante un tiempo incluso tuvo su gracia el poder decir en el insitituto y en el vestuario que había visto en persona al nuevo entrenador del Madrid sólo unos días antes de que lo nombraran mientras ojeaba atentamente en los Campos del CIA un aburrido partido de la selección cadete de Palencia. El tiempo fue pasando y aunque su equipo no acababa de carburar y enlazaba buenos triunfos con sonrojantes goleadas, la paz que Vicente transmitía al entorno (en clara contraposición a su antecesor) contribuyó a que su estancia en el banquillo se prolongase. Y así llegó la Octava, obtenida con una defensa de tres centrales para suplir la baja por lesión de Fernando Hierro, y el mundo habló de suerte por esa ocurrencia, por aquel taconazo mágico de Fernando Redondo que el central noruego Berg todavía debe estar buscando en aquel rincón del Teatro de los Sueños, por la súbita eclosión de Anelka en la semifinal ante el Bayern, por la inesperada debilidad que mostró el Valencia en la final, o por ganar el máximo título europeo justo el año en que se acabó la Liga en quinta posición, como si ganar la Champions hubiera sido un accidente. Lorenzo Sanz se creyó invencible tras el triunfo y convocó unas elecciones que acabaron provocando un terremoto en el fútbol español, con la llegada a la presidencia del club del prometedor Florentino Pérez, gracias a un fichaje imposible, Luis Figo. Se iniciaba una nueva etapa de recomposición de la plantilla que, quizás por eso de haber ganado una Copa de Europa, no afectó al entrenador, y uno de los primeros en salir fue precisamente Redondo, un héroe para la afición, que no entendió su venta al Milan. Vicente tampoco, pero tuvo que callar. No era su cometido.

A cambio llegaron Makelele y Flavio Conceiçao (y Solari, y Munitis, y Celades, y Tote), y el equipo ganó en solidez. Tras un inicio titubeante se colocó líder y acabó llevándose la Liga con Raúl de Pichichi, y a la gente le pareció normal, porque el Barcelona había entrado en crisis y el Depor nunca pareció capaz de reeditar su histórico título del año anterior. Además en la Champions el Bayern se tomó la revancha, Palermo y Riquelme destrozaron al equipo en la Intercontinental y el Galatasaray sorprendió en la Supercopa europea, así que para mucha gente el primer año de Figo quedó algo soso. Pero Florentino es mucho Florentino y redobló la apuesta galáctica con el fichaje de Zidane y el ascenso de los Pavones, a quienes Del Bosque conocía bien. Debutaron Pavón, Raúl Bravo, Miñambres y Valdo, pero el equipo tardó otra vez en conjuntarse. Zidane era un estorbo e Iván Campo acabó en el diván del psicólogo tras un par de errores y una absurda campaña de desprestigio. La Liga se iba para un férreo Valencia y a Del Bosque se le criticaba por apostar por César en detrimento de Casillas para un decisivo partido de Champions otra vez contra el Bayern. También se le hubiera criticado la entrada de Geremi por Figo, pero el gol del camerunés a los diez minutos tapó muchas bocas aunque también sirvió para dar motivos a quienes seguían convencidos de que Vicente simplemente tenía mucha suerte. Ganar en semifinales a un Barça sin rumbo se vio como algo normal, y en el partido de Glasgow el golazo de Zidane, la pillería de Raúl y la aparición milagrosa de Casillas en el último instante volvieron a restarle méritos al entrenador de aquel equipo.


El mal estaba hecho. Ronaldo engrosó aún más la plantilla galáctica y la caída en semifinales de la Champions significó la sentencia para Del Bosque. No importó la nueva exhibición, pese a la derrota, en Old Trafford, con McManaman brillando de interior izquierdo y Ronaldo como ejecutor con su hat-trick, ni que la prensa obligara a cambiar el planteamiento de la vuelta de semifinales al descubrir que preparaba una defensa de 3 centrales. Vicente tuvo cintura y sacó tres mediocentros, pero la baja forma de Raúl y Ronaldo tras sus recientes lesiones y un penalti marrado por Figo acabaron con el equipo eliminado a manos de la Juventus de Nedved. El motín encabezado por Hierro tras la consecución de un nuevo título de Liga fue sólo la puntilla. Las aguas bajaban revueltas por Chamartín y a Del Bosque le comunicaron oficialmente su no renovación al término de una cuasi-humillante entrevista en el telediario de Antena 3 que iba a ser de homenaje pero en la que mantuvo el tipo sereno hasta cuando le preguntaron si se imaginaba para qué le estaba citando el club a la salida de la tele. Importaron más los títulos perdidos que los conseguidos, y pesó más su perfil discreto y aburrido que la eficacia en la gestión del vestuario. En definitiva, en un mundo plagado de personalidades arrolladoras y polémicas, esa imagen de normalidad y tranquilidad que unos años antes le había servido para mantenerse en el puesto fue su perdición, y los dirigentes de entonces acabaron por ignorar sus muchos méritos deportivos en su búsqueda de la excelencia mediática.

Sólo la deriva institucional y deportiva en la que entró el club blanco tras su marcha hizo que su trabajo fuera justamente valorado, pero ya era tarde. Vicente probó en Turquía sin demasiada suerte, siendo despedido justo cuando su equipo comenzaba a levantar el vuelo, así que quienes dudaban de su valía como técnico quedaron más que contentos. Luego rechazó todas las ofertas que se le presentaron y fue tachado de cobarde por ello, pero nunca entró al trapo. En sus habituales colaboraciones con los medios Del Bosque se contenía cuando intentaban tirarle de la lengua para que rajara del club de su vida, y lo más que consiguieron fueron pequeños dardos contra la directiva de Florentino Pérez, demasiado poco para lo que otros hubieran dicho en sus circunstancias. La mesura también fue su seña distintiva durante el largo periodo en el que su futuro como seleccionador nacional era un secreto a voces, y por respeto jamás quiso confirmar algo que seguramente ya estaba hecho. Llegó al puesto en medio de una absurda polémica provocada por los defensores de Aragonés, y desde el primer momento se puso en duda su capacidad como entrenador y su supuesto interés por cambiar un estilo que nos había llevado a la gloria. Probar alternativas se convirtió en pecado mortal, introducir cambios era casi traicionar al país. España ganaba y convencía, pero Vicente sólo tenía la suerte (otra vez) de haberse encontrado un equipo ganador. El mérito nunca era suyo, sino de Luis y de los jugadores (y últimamente hasta de Guardiola), y él era simplemente un sospechoso que quería romper todo eso. Llegó el tropiezo de la Confederaciones y volvieron a aparecer las dudas, y llegó la derrota contra Suiza y todos los dedos le señalaron. Se cuestionó hasta su otrora elogiada lista de convocados y se criticó un esquema con el que nadie se había metido cuando sirvió para cerrar una brillante clasificación. Del Bosque introdujo modificaciones ante Honduras, hizo cambios inesperados ante Portugal y Paraguay, y volvió a sorprender con el once ante Alemania. Planteando los partidos un poco en función del rival, sí, pero en función de sus debilidades, convencido de la fortaleza de España con cualquier pequeño retoque y dando una vuelta de tuerca más para terminar de desactivar los generalmente rígidos esquemas de los adversarios, diseñados exclusivamente para lo visto hasta ese momento.


Y sin embargo eso en fútbol parece un crimen, y creo que es tan absurdo como si un equipo de baloncesto (por ejemplo) no pudiera variar sus esquemas ofensivos cuando le cambian a una defensa zonal. Pero si Xavi no la huele es culpa de Del Bosque por adelantarlo de posición, aunque el jugador confiese que la presión a la que le someten los rivales es lo que le impide entrar más en juego; y cuando por fin el de Terrassa empieza a carburar es porque ha decidido no hacer caso al entrenador y jugar donde sabe, no porque Del Bosque haya ajustado las piezas. Y así podríamos hablar de Busquets, de Navas, de Cesc, de Torres… Todas sus decisiones han sido duramente criticadas, y a uno le queda la sensación de que se pasa por alto la cuestión principal: que precisamente con esas decisiones estamos en la final de un Mundial. Debe ser que estamos tan acostumbrados a vernos ahí que no nos gusta cómo hemos llegado esta vez, digo yo, no sé. Otro en su lugar habría estallado, habría aprovechado para mandar recados a todos los que dudaron de él y se habría dedicado a proclamar su grandeza a los cuatro vientos (claro que si ese fuera su carácter a lo mejor no tendría tantos problemas), pero Vicente no contesta y sigue trabajando, mostrando una enorme riqueza táctica, una inteligencia preclara para escuchar las sugerencias de los jugadores y para que los cambios no rompan el grupo, y una exquisitez absoluta para replicar a la mosca cojonera que fue un Maradona que intentaba desestabilizar desde el día 1 un enfrentamiento que al final no se produjo (“es un tío majo pero un poco pesado”). Pero claro, Del Bosque tiene suerte y si ganamos será a pesar de él. Pues nada. Yo lo que sé es que el miércoles, después de que acabara el partido, en mi casa había un silencio sepulcral, emocionante, que rompí mirando a mi padre con una media sonrisa y diciendo: “¿Te acuerdas de cuando…?

lunes, 27 de diciembre de 2010

Crónicas de 2010: Cesc, Silva y el espejo alemán

Metidos ya de lleno en las Navidades, llega el momento de repasar lo que escribí antes de las semifinales contra Alemania, el que creo que acabó siendo el mejor partido de España en este inolvidable Mundial. Me centré en dos jugadores sin demasiado protagonismo en la cita sudafricana, Cesc y Silva, pero que por edad deben ser quienes tiren del carro español en Brasil 2014. Para entonces, creo que esta nueva Alemania llegará como máxima aspirante al título, y pase lo que pase no debemos olvidar que su éxito será consecuencia también de nuestro trabajo.

 "Esta Alemania es distinta a las anteriores, nos cuentan, y para justificarlo muchos se quedan simplemente en el crisol de razas y culturas que conforman su plantilla: descendientes de polacos, turcos, tunecinos, ghaneses, españoles y hasta un brasileño nacionalizado se mezclan con alemanes de pura cepa para formar un equipo sólido y, he aquí otra de las diferencias con respecto a anteriores selecciones germanas, con un exquisito gusto por el buen trato de balón. Se dice que Joachim Löw ha construido su equipo tratando de imitar el juego desplegado por España en la pasada Eurocopa, pero para lograrlo hay que tener las piezas adecuadas y eso no se consigue así como así. Alemania siempre ha reunido jugadores competitivos en su selección absoluta, pero en esta ocasión la edad de algunos de sus componentes llama poderosamente la atención (Khedira y los defensas suplentes Serdar Tasci y Denis Aogo apenas llegan a los 23 años; Boateng, Badstuber, Ozil y Marko Marin tienen 21; y Muller y Kroos, sólo 20), transformando en curtidos veteranos a jugadores de 25 y 26 años como Lahm, Schweinsteiger, Podolski, Mario Gómez o Mertesacker, y casi en “semiretirados” a Klose, Friedrich y Butt, los únicos que superan la treintena de entre los veintitrés convocados. ¿Qué hay detrás de esta nueva generación de alemanes?

Pues tras estos jóvenes descarados y talentosos está más o menos lo mismo que se encontrarán mañana enfrente. España. Porque en cierta manera este babyboom germano tiene sus raíces en nuestro país, y no me refiero sólo a que el hasta ahora casi inédito Mario Gómez descienda de familia andaluza. En abril de 2006, la Federación Alemana decidía darle las riendas de sus deprimidas categorías inferiores (ni un solo título continental en categorías sub’17, sub’19 y sub’21 desde el año 1992) a Matthias Sammer, el histórico jugador de los 90 y Balón de Oro en el 96, quien sabía perfectamente qué hacer para levantar el vuelo del fútbol base teutón: fijarse en los que saben. Adaptando el tradicionalmente exitoso modelo español de búsqueda, selección y gestión del talento a las características de su nación, Sammer comenzó a elevar rápidamente el nivel de las selecciones inferiores alemanas hasta alcanzar un histórico triplete entre 2008 y 2009, cuando durante unos meses Alemania pudo presumir de algo nunca visto antes en Europa, que un mismo país fuera el vigente campeón continental en las tres categorías. Varios de los jugadores que alcanzaron tal hazaña están hoy en Sudáfrica peleando ya por el Mundial, y si siguen con su evolución lógica llegarán al 2014 en plena madurez. Ese debería ser su Mundial, pero este es el nuestro y los maestros españoles todavía tienen mucho que enseñarles a sus discípulos germanos.

Y ojalá que la última lección puedan impartírsela dos jugadores llamados a ser los auténticos líderes de nuestra selección dentro de 4 años, Cesc Fábregas y David Silva, dos jóvenes que llevan dando clases a todo el mundo sobre cómo manejar una pelota desde el ya lejano 2003. Silva, un año mayor que el centrocampista catalán, fue el primero en aparecer en la escena internacional, guiando a España hasta el subcampeonato en el Europeo sub’17 de ese año. A su lado destacó José Manuel Jurado, quien unos meses después se convertiría en el mejor socio de un semi-desconocido Fábregas en el Mundial de Finlandia. Digo semi-desconocido porque sólo los más fieles seguidores de la cantera blaugrana, el seleccionador Juan Santisteban y el equipo de ojeadores de Arsene Wenger sabían de lo que era capaz de hacer este adolescente con un balón en los pies. Uno por llegar lesionado (Silva) y otro por ser el benjamín de la convocatoria (Cesc), nuestros protagonistas de hoy, y esperemos que también de mañana, tuvieron que esperar al segundo partido de aquel mundial para debutar en el torneo, y lo hicieron en una situación bastante desesperada para nuestra selección. Tras firmar un agónico empate en el minuto 96 del primer partido ante Sierra Leona, España perdía por 1-0 en el descanso del partido ante Corea del Sur y se complicaba mucho el pase a cuartos de final. El viejo Santisteban no se lo pensó más y dio entrada a estos dos cracks, pero Corea del Sur marcó el segundo y las cosas se pusieron verdaderamente feas. Sin embargo, Cesc comenzó a distribuir el juego y en sólo diez minutos, entre el 65 y el 75, Silva firmó la remontada con un hat-trick. Su nombre fue el que acaparó los titulares, pero el de Arguineguín (¿qué tendrá ese pueblo?) se autoexpulsó por una agresión en el siguiente partido ante Estados Unidos y dejó vía libre para que Cesc se convirtiera en el rey del Mundial.

Establecido ya como titular, Fábregas marcó un gol a los norteamericanos y lideró con dos tantos y una asistencia la goleada por 5-2 a Portugal en cuartos de final, en lo que fue la revancha de la final del Europeo de unos meses antes. Cesc, llamado en principio a ser el siguiente 4 de la factoría Barça, se aprovechaba del buen trabajo en la recuperación de Markel Bergara y de su buena compenetración con Jurado para asomarse al área con mucho peligro, pues era capaz tanto de disparar con precisión como de meter un último pase magistral. Y precisamente ese mayor atrevimiento ofensivo es lo que le ha acabado colocando en un plano distinto al de su ídolo Guardiola, que curiosamente es el último 4 que ha salido de la Masía, porque detrás de él vinieron Celades (más limitado), Xavi (ya hablamos sobre él), Arteta (quizá el más parecido a Cesc), Iniesta (qué decir) y el propio Fábregas. Todos criados en teoría para una misma posición, todos triunfando en otra distinta. Cosas del fútbol.

Pero estábamos en el país del sol de medianoche. En semifinales, la Argentina de Garay y Ustari golpeó primero y se fue al descanso con 2-0, pero España salió en tromba en la segunda parte y empató en menos de diez minutos gracias a dos golazos, cómo no, de Cesc y Jurado. La albiceleste se quedó con diez pero aguantó hasta la prórroga, y casi hasta los penaltis. Con España también con diez, y mientras en TVE simultaneaban el partido con la final del 1500 de los mundiales de atletismo de París, Cesc agarró un balón en la esquina del área y lo clavó en la escuadra de Ustari. Gol de oro en el minuto 117 que sirvió para meter a España en la final y para llevarse los premios como Mejor Jugador y Máximo Goleador del campeonato. Silva, que reapareció en la final tras una sanción de dos partidos, se llevó el galardón al tercer mejor jugador habiendo jugado poco más de partido y medio, lo que dice mucho de lo bien que lo hizo y de lo arbitrarios que muchas veces son estos premios.

Desgraciadamente, el título acabaría siendo para una decepcionante selección brasileña que comenzaba a mostrar en categorías inferiores una alarmante tendencia a rehuir el control del balón y a arremolinarse en torno a su portería. El 1-0 final fue injusto, pero es que curiosamente Cesc tiene el dudoso honor de ser uno de los pocos integrantes de nuestra selección que no ha ganado ningún título en categorías inferiores (claro que la Historia le tenía reservado el papel principal en la mítica tanda de penaltis de la Eurocopa). Fábregas salió del Mundial sub’17 ya como jugador del Arsenal, en una de esas oscuras operaciones que acaban con talentosos adolescentes en la escuela de Wenger a cambio de casi nada (aunque al final hubo acuerdo para pagar una importante compensación al Barça), y no tardó demasiado en debutar con el primer equipo de los “gunners”. En Londres creció como futbolista, aprendiendo el oficio de mediocentro con Patrick Vieira y Gilberto Silva y batiendo todos los récords de precocidad del club, y llegó al Europeo sub’17 del año siguiente como una estrella emergente. Pero el equipo que comandaba el del Arsenal y en el que figuraban Piqué o Capel, entre otros, perdió la final (para la que se clasificó gracias a un penalti transformado por Cesc en la prórroga del partido contra Inglaterra) ante la Francia de Nasri, Ben Arfa y Benzema. La siguiente temporada, la 2004/2005, es la de su ascenso definitivo a la élite, aunque una inoportuna lesión le hizo llegar algo justo de forma al Mundial sub’20 de 2005 (el de los goles de Llorente) y España cayó en cuartos de final a manos de la Argentina de Leo Messi. Con 18 años, y tras brillar en la Champions, Luis le dio la alternativa en la absoluta antes del Mundial de Alemania, y hasta hoy. Con una madurez impropia de sus 23 años pero perfectamente entendible si reparamos en cómo fueron sus primeros años en Londres, Cesc ha asumido sin complejos la capitanía de un club histórico, se ha instalado entre los mejores futbolistas del mundo, se ha acostumbrado a los rumores que los sitúan verano sí, verano también, en uno de los dos grandes del fútbol español y se adapta sin queja (o eso creemos) a un rol secundario en una selección en la que poco a poco ha ido ganando confianza y que pronto bailará a su ritmo.

Silva no perderá el paso, desde luego. El habilidoso jugador canario fue rechazado de niño por el Real Madrid y acabó aterrizando en Valencia, con ficha en la cantera y un puesto de trabajo en el club para su padre, que es como se hacían antes estas cosas. Porque en la ciudad del Turia sí supieron ver que su talento estaba muy por encima de su aparente fragilidad física y allí creció hasta convertirse en lo que es hoy, uno de los mejores centrocampistas ofensivos del mundo. Tras el éxito en Finlandia, Silva sí tuvo la oportunidad de levantar un trofeo con las selecciones inferiores, el Europeo sub’19 de 2004 junto a los Sergio Ramos, De la Red, Soldado, Raúl Albiol o Borja Valero, por citar a unos pocos miembros de aquel auténtico equipazo. Luego, con apenas 18 años, confirmó con una enorme temporada en el Eibar que su desborde y visión de juego estaban hechos para campos más importantes que el vetusto Ipurúa, y tras brillar en el Mundial sub’20 de 2005 otra cesión, esta vez al Celta, en Primera, disipó cualquier duda: el chico iba para figura. Jugando indistintamente en la derecha, en la izquierda, en la media punta o incluso un poco más retrasado, en sus 4 temporadas en el Valencia ha dejado detalles espectaculares, se ha asentado en la selección y, aunque en este Mundial ha perdido esa condición de indiscutible que se ganó en la Eurocopa, su multimillonario fichaje por el City evidencia que no es uno más.

Uno anda tocado y el otro parece haberse caído del equipo, pero tal vez mañana vuelvan a asociarse sobre el campo con quienes mejor se entienden, con esa tropa de bajitos que disfrutan pasándose el balón y acostumbran a explotar como nadie los espacios entre líneas que dejan los rivales. Mañana toca mirarse al espejo (y decirle al reflejo alemán que veamos“¿estás hablando conmigo?”) y presumir de fútbol durante dos horas para la Historia."

jueves, 23 de diciembre de 2010

Crónicas de 2010: La hora de Iker

Comentaba el otro día que menos mal que no me gano la vida como vidente; sin embargo, he de decir que después del partido de cuartos de final contra Paraguay me planteé seriamente montar una consulta adivinatoria. Porque en la previa no se me ocurrió otra cosa que insistir en el don de Iker Casillas para aparecer en los momentos decisivos, y no hará falta recordar lo que pasó aquella noche en el Ellis Park.

“No canta, no baila, pero por favor, no se la pierdan”. Es la crítica que un periódico (qué más da cuál), hacía del espectáculo que Lola Flores presentaba en los setenta en Nueva York (o tal vez Buenos Aires, ¡qué más da dónde!). Y algo así podríamos decir hoy de Iker Casillas. A sus veintinueve años recién cumplidos el guardameta mostoleño no bloca, no va bien por alto, pero vive Dios que este chico tiene algo. Porque puede que ya no sea el mejor portero del mundo (si alguna vez lo fue), que su estado de forma actual suscite opiniones encontradas y que hasta su vida privada dé para largas horas de debate, pero lo que está fuera de toda duda es que Iker Casillas tiene un don: el de aparecer siempre en los momentos decisivos. Como en aquella final de un Europeo sub’16 cuando con sólo 15 años atajó el penalti decisivo que nos dio el título. Como en esa apretada final de Champions League que decidió con 3 paradas antológicas después de entrar en frío a falta de 10 minutos. Como esa noche en Viena ante el ogro italiano que siempre convertía nuestros sueños en amargas pesadillas. O como todas esas veces que ha salvado a su equipo de un gol cantado. O, por supuesto, como aquella noche en Kaduna, Nigeria, cuando Iker hizo su verdadera presentación ante el mundo, aunque el mundo casi se lo perdiera por culpa de los elementos, pues una tormenta y las deficientes infraestructuras nigerianas interrumpieron la señal televisiva durante varias fases del partido. Hablamos otra vez del Mundial sub’20 de 1999, nuestro único Mundial hasta ahora, al que Iker llegaba a punto de cumplir los 18 y saltándose como de costumbre varios escalones. Aquella noche, en una decisión sorprendente, en el partido de cuartos de final ante Ghana, Iñaki Sáez le dio la alternativa al segundo portero de la selección. Luego se revelaría como poco menos que la acción de un visionario, pero cuando los dos equipos saltaron al césped debemos reconocer que aquel portero con más cara de niño aún que sus compañeros (y ya no digamos que sus contrincantes ghaneses), más bien bajito y en camiseta de manga corta no despertaba muchas confianzas entre los aficionados, pese a su buena actuación ante Honduras en la primera fase y al buen currículum que ya atesoraba el canterano del Real Madrid. Porque después de todo, Casillas era el guardameta suplente de aquella selección.


Es posible que muchos de quienes no seguisteis atentamente aquel campeonato creáis, porque lo hayáis escuchado o leído varias veces, aquello de que ganamos el Mundial con Iker y Aranzubia repartiéndose los partidos, como si Sáez no tuviera claro quién era mejor de los dos o como si esto fuera un torneo de alevines en el que todos deben jugar lo mismo. Y no es así, y habría que preguntarse por qué cierta prensa se empeña en perpetuar ese engaño, si es sólo descuido o hay algo más, y aquí podría empezar a hablar de mis temores acerca de que la inevitable decadencia de Casillas acabe siendo aún más polémica y dañina que la vivida durante el declive de Raúl, pero creo que hoy no toca. El caso es que no, que en Nigeria los roles estaban muy claros, que Aranzubia era el titular y Casillas el suplente. Por eso jugó ante Honduras en la última jornada de la fase de grupos, en un equipo repleto de “menos habituales”, cuando tras ganar a Brasil y empatar con Zambia ya estábamos clasificados y sólo nos jugábamos ser primeros de grupo contra una selección ya eliminada. Aranzubia, que había jugado los dos primeros partidos, volvería al once en los octavos de final y también jugaría las semifinales y la final, cuajando siempre buenas actuaciones, pero en cuartos de final Iñaki Sáez, como ha confesado alguna vez, simplemente buscó otra cosa.


Buscó lo que se suele buscar con cualquier cambio en cualquier otra posición, una manera de plantear el partido que permita tener más opciones de victoria, la presencia de un jugador distinto que pueda desequilibrar el duelo. Ante Ghana, una selección superior en el plano físico y, hasta ese día, clara favorita al título, el técnico español creyó que nuestra defensa podría verse superada con más facilidad de la habitual, y en lugar de reforzar esa línea apostó por no variar su exitoso esquema y dar entrada a un cancerbero de más reflejos y mayor habilidad en el mano a mano. Seguramente también pesó en la decisión la exhibición que Iker había dado dos años antes ante el mismo rival en las semifinales del Mundial sub’17 de Egipto, y que (pese a la derrota) en buena medida le valió para llevarse el premio al mejor portero del torneo. Puede ser, tal vez, aunque no lo creo, que el cambio también tuviera algo que ver con el amago de motín que varios jugadores, cuyos nombres nunca salieron a la luz, protagonizaron el día antes del partido al ver las desastrosas condiciones del hotel en el que debían alojarse (camas pequeñas y para compartir, suciedad, insectos varios y algún que otro tiroteo demasiado cercano, entre otras incomodidades), y que se resolvió gracias a las dotes de liderazgo del capitán Orbaiz y al convencimiento general de que si superaban aquello el Mundial no se escaparía. Fuera por lo que fuera, el cambio no pudo salir mejor. Iker, el benjamín del equipo, resolvió bien el mucho trabajo que tuvo aquella noche y sólo encajó un gol de rebote, en el descuento, cuando ya nos veíamos en semifinales. En la prórroga volvió a tener un par de intervenciones salvadoras, y finalmente acabó parando el penalti decisivo que nos dio el pase a la penúltima ronda. Ese día seguramente creció un par de centímetros. No tardaríamos en descubrir que había nacido un gigante.


Y es que no hay mucho más que decir que no se sepa de uno de los jugadores más reconocidos del panorama mundial. Su debut en Primera División se produjo en la temporada 1999-2000, aprovechando la lesión de Bodo Illgner y las malas actuaciones del argentino Albano Bizzarri, y desde ese momento sólo César Sánchez fue capaz de apartarle de la portería del Real Madrid durante unos meses, hasta que su aparición estelar en la final de la Champions League de la temporada 2001-2002 (saltando al campo por la lesión del extremeño) despejó todas las dudas que pudiera haber entonces en la mente de Vicente Del Bosque. Las lágrimas que derramó en Hampden Park pasaron a la historia del madridismo junto al voleón de Zidane, y fueron la prueba de que Iker se había hecho definitivamente mayor. Durante un par de temporadas, el Madrid de los Zidanes y Pavones fue en realidad el de Casillas y Ronaldo, pues eran las letales actuaciones de ambos en cada área las que permitían al equipo aferrarse a unas competiciones que al final solían escaparse por la inconsistencia del resto de líneas. Su carrera ha sido meteórica y ha estado marcada, además de por sus extraordinarias condiciones, por la fortuna de los elegidos: siempre ha estado en el momento preciso en el lugar adecuado. A los 16 años saltó a la primera plana cuando el club lo arrastró literalmente del instituto al aeropuerto para que acudiera como suplente a un partido de Champions en Noruega por las lesiones de Illgner y Contreras y la no inscripción en el torneo continental del titular del Castilla; en 1999 debutó en liga por las circunstancias ya comentadas, enlazando el triunfo en la Copa de Europa con el debut en la absoluta y su presencia como tercer portero en la Eurocopa de 2000; y en 2002, después de su inesperada y exitosa actuación en la final de Glasgow, se encontró con la titularidad de la selección en el Mundial de Corea por el extraño accidente sufrido por Santiago Cañizares en la habitación del hotel de concentración. Y desde luego Casillas nunca ha desaprovechado esas oportunidades que le ha presentado el destino.

Su imagen es la de un chico humilde y sencillo, sincero en sus declaraciones, con cara de niño bueno y educado, comprometido con los más necesitados, guapo sin presumir. El yerno perfecto, el capitán ideal para un equipo con el que comparte muchos de esos rasgos. La prensa le mima y él se deja querer (y a esta frase podéis darle todos los sentidos que queráis), y quizá un poco por todo ello a todos nos cuesta criticarle abiertamente. Porque últimamente ese ángel que lo acompañó durante años parece haberle abandonado, porque empezamos a sospechar que no ha evolucionado lo suficiente desde que irrumpió en la élite hace ya diez temporadas, porque se le ve nervioso, demasiado tenso, con ese miedo a fallar que es el principal desencadenante de los errores en los porteros, pero en el fondo todos confiamos en que en el momento cumbre acabará sacando todo su genio para comerse el mundo, como hacía la Faraona.


Claro que su propia historia nos demuestra que, a veces, el suplente puede ser la mejor opción, incluso en la portería. El otro día Paraguay ensayó los balones colgados en ataque. Qué bien se vive cuando uno no es quien debe tomar las decisiones."

lunes, 20 de diciembre de 2010

Crónicas de 2010: Expediente X

El siguiente artículo que publiqué en el Flagrant's durante el Mundial lo acabé un par de horas antes del partido contra Portugal. Supongo que como mucha gente, no las tenía todas conmigo después de ver el juego de la Selección en la primera fase, y reconozco que pensé que este post sobre Xavi Hernández bien podría ser el último del torneo. Afortunadamente, no me gano la vida como vidente.

"Cuenta la leyenda urbana que mientras por megafonía se anunciaba la designación de Seydou Keita como Mejor Jugador de aquel Mundial sub’20 (por delante del nigeriano Pius Ikedia y de Pablo Couñago), Michel Platini, por entonces miembro de la FIFA, le susurró a Xavi algo así como “el premio se lo dan a él, pero el mejor has sido tú”. Nueve años después, mientras el francés, ya como presidente de la UEFA, le entregaba el galardón al Mejor Jugador de la Eurocopa, el susurro cómplice quizás vino a decir que “por fin se ha hecho justicia”. Y es que el menudo centrocampista catalán fue sin lugar a dudas uno de los mejores futbolistas en ambos torneos, organizando el juego de dos selecciones españolas que se alzaron con el triunfo en dos citas a las que no llegaban precisamente con la etiqueta de favoritas.
España había logrado la plaza para el Mundial sub’20 de Nigeria 1999 el verano anterior, con una discretísima quinta posición en el Europeo sub’18. No había muchos grandes nombres en aquella generación, una de las primeras afectadas por la sentencia del Caso Bosman, salvo quizá el de Xavi, que tras debutar en la Supercopa de aquel año ante el Mallorca (gol incluido) había tenido bastantes minutos en el Barça de Van Gaal, y los de algunos jovencitos que comenzaban a despuntar en equipos de Segunda, como Marchena (Sevilla) u Orbaiz (Osasuna). Se hablaba también de un jovencísimo portero de la cantera del Real Madrid, Iker Casillas, pero lo cierto es que aquel grupo estaba lejos del nivel teórico de otras selecciones como la de Qatar’95, con De la Peña, Raúl y Morientes como abanderados, y la lesión de Gerard López, la principal figura del equipo, unos días antes de viajar a África, no hizo sino disminuir las pocas esperanzas que los aficionados habían depositado en aquel torneo juvenil.

Y sin embargo, los pupilos de Iñaki Sáez lograron sobreponerse a todos sus rivales y a las duras condiciones de la concentración en Nigeria (malos hoteles, enfermedades, inseguridad ciudadana…) para alzarse con la victoria. Con un clásico 4-4-2, España desarboló a casi todos sus contrincantes con un juego veloz y de calidad, dirigido por ese número 8 que tanto impactó a Platini. Apoyado en la labor destructiva por Orbaiz, Xavi se encargaba de repartir balones a las bandas, ocupadas por Varela y Barkero, a buscar los espacios entre líneas que creaba Gabri con su imparable movilidad e incluso a asomarse al área con peligro, como demuestran sus dos goles ante EE.UU. y Mali. Pero el equipo no era sólo el centro del campo. En la punta, Pablo Couñago se encargaba de rematar todo lo que caía por su zona, y con una defensa firme comandada por Marchena y una portería más que bien cubierta por Aranzubia y Casillas, el título se vino a España con una sensación de superioridad aplastante, como refleja el 4-0 de la final ante Japón. A los ojos de la mayoría de espectadores, el de Terrassa fue el mejor futbolista del campeonato. Pero los periodistas acreditados en el torneo quedaron más impresionados por el despliegue físico de Keita y los goles de Pablo, y Xavi se quedó compuesto y sin premio. Supongo que, por su carácter, tampoco fue algo que le quitara el sueño.

En ese intervalo de nueve años, Xavi ha vivido absolutamente de todo. A la vuelta de Nigeria levantó el título de liga con su club y la siguiente temporada se vio favorecido por una lesión de Guardiola que le permitió consolidarse en Primera sustituyendo a su maestro. En los Juegos Olímpicos de Sidney repitió exhibición al mando de la selección española que se colgó una amarga plata (la final se perdió ante Camerún por penaltis tras irnos con un 2-0 a favor al descanso) y unos meses después Camacho le dio la alternativa con la absoluta. La marcha de Guardiola al fútbol italiano le abrió definitivamente las puertas de la titularidad en el Barça, pero la entidad se encontraba en plena travesía por el desierto y, a pesar de su buena actuación en el Mundial 2002, comenzaron a oírse las primeras críticas hacia su desempeño en el mediocentro. Xavi no parecía crecer al ritmo esperado, y ya ni siquiera encontraba consuelo en la selección. Aunque Iñaki Sáez era ahora el seleccionador absoluto, el barcelonista no jugó ni un solo minuto en la Eurocopa de 2004, y a los 24 años su proyección amenazaba con estancarse.

Sin embargo, las Navidades de 2005 le trajeron un regalo inesperado, el enésimo socio holandés para el centro del campo blaugrana, un excéntrico veterano con fama de duro que liberó por fin a Xavi de su condena al puesto de 4. Exonerado de tareas defensivas por Edgar Davids, el catalán comenzó por fin a desarrollar todo su potencial junto a Deco y a uno de los damnificados por la excelsa España del 99, Ronaldinho, y el Barcelona retomó la senda de los éxitos. Sin embargo, a Xavi todavía le quedaba una dura piedra por superar. En diciembre de 2005 se rompió los ligamentos de la rodilla y apenas pudo participar en la exitosa campaña del doblete. Luis Aragonés confió en él para el Mundial 2006, pero su ritmo no era el mejor y no cuajó un gran campeonato. Tras ese verano retornó a su condición de titularísimo en su club, pero su juego parecía haber bajado un peldaño. El triunfal Barça de Rijkaard se deshacía semana a semana y no faltó quien culpara a Xavi del pobre rendimiento del equipo en la 2007/2008.

Pero el genio resurgió en aquel mágico mes de junio de 2008 para reclamar su puesto entre los mejores del mundo. Como ocurriera nueve años antes, Xavi fue el encargado de llevar la batuta en un equipo a ratos ilusionante pero del que, para qué engañarnos, no esperábamos mucho más que una digna actuación y una nueva montaña rusa de emociones que acabaran en una eliminación más o menos honrosa. Pero ayudado por un coloso en la labor destructiva como Marcos Senna, y flanqueado por dos interiores de inmensa calidad como Silva e Iniesta, Xavi volvió a reencontrarse con su mejor versión, similar a la del 99 pero con el poso que da la experiencia, la que mandaba con criterio, la que no erraba un pase, la que se permitía el lujo de llegar al área para definir y la que, en definitiva, le hizo acreedor, esta vez sí, de un premio que reconociera su importancia en el equipo campeón.


Pd.- Esta vez sí. Podéis interpretar el texto como un deseo de que Del Bosque se decida a retrasar ligeramente a Xavi, porque ni es un 4 como le obligaron a ser durante muchos años en Can Barça ni es un 10 como se empeña don Vicente. Es, simplemente, Xavi. "

jueves, 16 de diciembre de 2010

Crónicas de 2010: El plan B del Equipo A

Seguimos recogiendo los artículos publicados en el Flagrant's durante el Mundial de Sudáfrica. En esta ocasión, tras el fiasco ante Suiza y previendo una fácil victoria ante Honduras, me animé a explicar la íntima relación que existe entre Fernando Llorente y la selección de Chile. La idea era que el post se publicara después del España-Honduras, pero vio la luz justo antes y la mala actuación de Torres en dicho encuentro le dio una nueva perspectiva al escrito.

"Ahora que el abismo nos muestra la mejor de sus sonrisas. Ahora que nos está esperando ahí delante, disfrazado con una camiseta roja, ironías de la vida, aguardando paciente un segundo traspiés para enseñarnos todo el horror que esconde en su inescrutable oscuridad. Ahora es el momento. El gran Hannibal (Smith, no el cartaginés) tendría este plan rondando por su plateada cabeza. Porque contra Chile, seguro que sale bien. No sería la primera vez. Pero para que funcione, el llamado Plan B necesita al considerado Equipo A. Jugadores de toque y juego veloz, no simples centradores. Porque reducir a Fernando Llorente a ser un mero cabeceador, una boya a la que agarrarse cuando estamos a punto de ahogarnos, es despreciar demasiado las excelentes condiciones de este futbolista riojano que nació en Pamplona. Sería minimizar a un gigante con pies de plata, al que en su día sólo un duendecillo argentino de nombre Lionel fue capaz de arrebatarle la bota de oro.

Fue hace ahora cinco años, en el Mundial sub’20 de Holanda, seguramente el torneo reciente de mayor nivel futbolístico en estas categorías. Y yo no digo que el destino sea caprichoso, pero echar la vista atrás y ver que en el grupo de aquella España juvenil aparecían Honduras y Chile, pues como te obliga a pensarlo. Sobre Fernando, que no había formado parte del equipo que un año antes se había proclamado campeón de Europa sub’19, recaía la misión de hacer olvidar la ausencia de Soldado, concentrado en la tarea de devolver al filial madridista a Segunda División, y lo cierto es que no se echó en falta al ariete valenciano. Con una sutil vaselina ante Marruecos en la primera jornada, Llorente nos demostró que la altura no está reñida con la habilidad en los pies, algo que ya se había adivinado unos meses antes en sus primeros partidos con el primer equipo bilbaíno. Fernando no se limitaba a pegarse con los centrales y a esperar balones colgados, sino que también caía a banda para apoyar a sus compañeros, o se descolgaba hasta la medular para ser una pieza más del engranaje de toque rápido y desmarques que comandaban Cesc y Zapater. Pero la auténtica explosión de este león de frondosa cabellera dorada se produciría tres días después, ante Chile, en una agradable tarde de primavera en Doetinchem que acabó siendo un infierno para el cuadro sudamericano.

Chile venía de aplastar a Honduras por siete goles a cero, y parecía evidente que en este partido se ponía en juego no la clasificación para octavos, sino el liderato del grupo. Y la cosa no pudo empezar mejor. En el minuto ocho, tras un par de acercamientos peligrosos, Llorente apareció en el sitio en el que todos le esperaban, la frontal del área pequeña, para remachar de cabeza un medido centro de Gavilán. Un gol tan esperable de alguien de sus características físicas, tan de tanque, que seguramente ocultó a los más obtusos la precisa y preciosa maniobra que había conducido a ese resultado. Porque unos segundos antes Fernando había agarrado el balón en la zona de tres cuartos, se había revuelto con calidad para abrir el juego a la banda izquierda, se había desmarcado al primer palo arrastrando a su marcador y, sólo entonces, había corrido a ocupar su puesto en boca de gol. Chile no se impresionó y comenzó a apretar, pero se quedó con diez al borde del descanso y fue incapaz de capear la tormenta perfecta que se desató sobre el césped en la segunda parte. Cesc, Silva, Zapater, Juanfran y Gavilán la tocaban y Llorente las empujaba una y otra vez. Los goles iban cayendo como fruta madura ante un equipo que se deshacía como un azucarillo, pidiendo clemencia ante cada embestida del conjunto español, que no se detuvo hasta completar el siete. Tres tantos más llevaron la rúbrica del delantero del Athletic, y si realmente estuviéramos hablando de un simple tanque es muy probable que su cuenta particular no se hubiera quedado en cuatro.

Porque Llorente casi parecía avergonzado por su exhibición, tanto que quiso regalar varios goles a sus compañeros cuando sólo tenía que seguir empujándolas dentro para pasar definitivamente a la historia de los mundiales juveniles. Quizá esa falta de instinto asesino le haya pesado a lo largo de su corta carrera, tal vez eso hizo que Clemente y Mané se olvidaran de él cuando todos veíamos en el chaval a la versión mejorada de aquel Ismael Urzáiz al que estaba llamado a reemplazar. Desde luego su salto a la élite no ha sido tan meteórico como apuntaba tras aquella cita mundialista, pero seguro que para alguien que ha luchado tanto desde los diez años en busca de un sueño eso es algo anecdótico. A esa tierna edad fue captado por la red de ojeadores del Athletic, y durante el primer año Fernando, que vivía con su familia en la localidad riojana de Rincón de Soto, sólo acudía a Bilbao a jugar los partidos con sus compañeros. El paso a infantiles requería de una mayor implicación, y Jose Mari Amorrortu, director por entonces de Lezama, encontró en una familia amiga el hogar perfecto para que el chaval siguiese su evolución futbolística sin acusar demasiado el duro trago de tener que abandonar su casa a tan corta edad. Integrado en aquella familia de Las Arenas, acudiendo al mismo colegio que las hijas de Amorrortu para sentirse siempre cerca de alguien relacionado con el club, Fernando continuó su inmaculada progresión personal y deportiva hasta que cumplió la edad mínima para ingresar en la residencia de los jóvenes cachorros, en Derio. Allí vivió el dolor de la prematura muerte de su madre de acogida, y también uno de sus primeros sinsabores profesionales, cuando siendo juvenil de primer año rechazó una oferta de renovación insignificante para un jugador de su proyección y que el Athletic acabó por ejecutar de manera unilateral para evitar su marcha.

Afortunadamente las nubes se despejaron en forma de nueva directiva, y Llorente ascendió rápidamente al Bilbao Athletic. Comenzaba la temporada 2004-2005, y apenas unos meses después ya deslumbraba en sus primeras apariciones en la Catedral. Debutó en liga ante el Espanyol en enero, cuajando un gran partido, y firmó un hat-trick tres días después en Copa, ante el Lanzarote. Valverde quiso frenar la euforia con el chaval y lo mandó de vuelta al filial, pero entonces ya todos sabíamos que su sitio era otro. Acabó disputando 15 partidos en Primera y, tras su exhibición en Holanda, parecía que su hora había llegado. Sin embargo, durante dos años negros para el club muchos temimos que acabara convirtiéndose en otra eterna promesa, hasta que un experto en gestionar el talento de la juventud como es Joaquín Caparrós supo ver que Fernando sólo necesitaba sentirse importante para sacar todo lo que lleva dentro, que es mucho. Así llegó su eclosión definitiva y la primera llamada de la Selección absoluta, en noviembre de 2008. Algunos puede que sepáis cuál era el rival aquel día. Otros a lo mejor os lo estáis imaginando mientras una sonrisilla traviesa se dibuja en vuestros rostros. Sí, eso es. Chile. Hoy, con el abismo acechando a nuestra selección, aquel 7-0 de hace cinco años debería pesar en la decisión de Hannibal, digooo Del Bosque. Recuerda Vicente, plan B, equipo A. Porque no sé a vosotros, pero a mí me encanta que los planes salgan bien."

lunes, 13 de diciembre de 2010

Crónicas de 2010: Iniesta y Torres, la pareja intermitente

Aquí estoy otra vez, de paso, como el hijo que se decidió a emprender su propio camino y que ya sólo vuelve al hogar familiar de visita. Con prisas, pero encantado, porque sabe que, por mucho que pasen los años y por muchas vueltas que dé la vida, esa siempre será su casa. Así me siento ahora que vuelvo a iniciar una nueva entrada en este blog, porque además de volver a casa, me toca hacer alguna chapucilla que estaba aguardando a mi regreso y saco tiempo para contar cómo me va por esos mundos de dios. Es este 2010 que se acaba un año especial en muchos sentidos, pero sobre todo en lo futbolístico, que es lo que nos ocupa, y me apetece hacer algo que, visto con el tiempo, quizás debí hacer en su día. Como comenté en la última entrada, durante el Mundial de Sudáfrica escribí una serie de artículos para otro blog, el Flagrant's, que últimamente se lleva casi todas mis historias no por nada, sino porque aquí simplemente no encajarían. Pero pasados ya casi seis meses, creo que esos primeros artículos deben ser recopilados aquí, pues en cierta manera también fue de aquí de donde salieron. Así que en los próximos días publicaré esas entradas, historias pensadas a modo de previa de los partidos de España, para homenajear a este mágico 2010 que nos catapultó a la cima del mundo. La primera, publicada el 12 de junio (días antes del amargo debut contra Suiza), hablaba sobre lo poco que han coincidido dos chavales de la misma generación, Andrés Iniesta y Fernando Torres. En el Mundial tampoco brillaron mucho juntos, pero fueron a aparecer en la jugada más importante del campeonato. Y con eso nos sobra, ¿verdad?

"Este pasado martes, Andrés Iniesta se retiraba con molestias en la Nueva Condomina tras media hora sencillamente magistral. Unos minutos después, Fernando Torres reaparecía con gol después de una complicada lesión. No sé por qué, pero mi mente volvió al mes de octubre de 2008, a una lluviosa noche en Bruselas, cuando el ariete se rompió al cuarto de hora del duelo ante Bélgica y, sólo unos minutos después, Iniesta se vistió de genio para empatar un complicado partido con un gol antológico. Tal vez se trate de uno de esos círculos flagrantianos, pensé, que esta vez encierra a dos de los mayores talentos actuales de nuestro fútbol. Pero hice un poco más de memoria y me encontré no con un círculo, sino con toda una historia que creo que merece ser contada, y que arranca un 22 de abril de 2001 en Durham, Inglaterra, capital del condado homónimo, una pequeña ciudad de unos cuarenta mil habitantes situada a apenas treinta kilómetros al sur de Newcastle. Podría haber empezado antes, sí, pero entonces tal vez no sería la misma historia. Porque esta es una historia de encuentros y desencuentros entre dos chavales de la misma quinta cuyas carreras van paralelas y directas al estrellato, pero que, por esos caprichos del destino, con una camiseta roja de por medio no han coincidido tanto como ahora nos podría parecer.

Estábamos en Durham, decía. La ciudad es una de las sedes del decimonoveno Campeonato de Europa de Selecciones en categoría sub’16, y en el humilde New Ferens Park los pocos curiosos que se han acercado a ver el debut de España contra Rumanía enseguida son conscientes de que están presenciando la eclosión de dos genios. Uno es un pequeño centrocampista de aspecto enfermizo al que nadie parece ser capaz de arrebatarle el balón; el otro, un espigado y pecoso delantero capaz de realizar maniobras inverosímiles reservadas sólo a los verdaderos elegidos. Hablamos, por supuesto, de Andrés Iniesta y Fernando Torres. Ambos han nacido en 1984, ambos han destacado desde categoría alevín y ambos son estandartes de las canteras de dos grandes clubes del fútbol español. Y, sin embargo, es la primera vez que coinciden en un partido oficial en el mismo bando. El año anterior, y por culpa de una grave lesión de rodilla, Fernando Torres se había perdido la fase clasificatoria de este campeonato, en la que Iniesta destacó por encima de sus compañeros. Un par de meses antes de la cita inglesa, fue el manchego quien se perdió el exitoso debut internacional del atlético en el prestigioso Torneo del Algarve. Ahora por fin disfrutan juntos de su amigo común, el balón, pero no será por mucho tiempo.

Dos goleadas ante Rumanía y Bélgica dejan el pase a cuartos casi sentenciado. De los ocho goles marcados en esos dos partidos, Torres firma tres, mientras Iniesta se dedica a repartir asistencias y a dejar destellos de su innata clase. Ante Alemania está en juego el primer puesto del grupo, y los teutones saben perfectamente a quién deben parar. Andrés es cosido a faltas y acaba retirándose en la segunda parte, lesionado. No volverá a jugar en el torneo. Sus compañeros se conjuran para dedicarle el triunfo, no en ese partido, que se acaban llevando los germanos por 2-0, sino en el campeonato, y Torres se encargará de ello. En cuartos de final, en su primer partido en un estadio Premier, el Stadium of Light de Sunderland, marca el gol hispano ante Italia, a la que se derrota por penaltis (sí, como esa vez). Siguiente parada, Middlesbrough, y doblete del de Fuenlabrada para superar a Croacia. Fernando le va cogiendo el gusto a la hierba británica, un pasto que con los años convertirá en su coto privado de caza. De vuelta a Sunderland, Francia es el último obstáculo antes del título, y a cuatro minutos para el final Torres provoca y transforma un penalti que celebra con una camiseta de apoyo al compañero caído. Va por ti, Andrés. Misión cumplida.

Pocas semanas después, el mejor jugador de aquel campeonato hace su debut con la primera plantilla rojiblanca. Con el equipo purgando sus penas en el infierno de la Segunda División, la aparición de ese crío imberbe supone un hálito de esperanza para una afición que anda necesitada de símbolos a los que agarrarse. Y el Niño responde desde el primer día, marcando su primer gol en Albacete, la tierra de su amigo blaugrana. Vuelven a verse en septiembre, en el Mundial sub’17, pero Trinidad y Tobago no está en su álbum de mejores recuerdos. España cae en primera fase tras una sonrojante derrota contra Burkina Faso, y ni uno ni otro alcanzan el nivel esperado. Comienza una nueva temporada y, mientras Fernando se curte en la dura Segunda, Andrés progresa en juveniles sin prisa pero sin pausa. Un año después del campeonato en el que les vimos juntos por primera vez, estos aprendices de estrella vuelven a coincidir en el combinado nacional. En la vieja Condomina de Murcia (toma círculo), España golea a Macedonia por cuatro a cero con doblete del atacante colchonero, que debutaba en la selección juvenil, y se clasifica para el Europeo sub’19, a celebrar en julio en tierras noruegas. Allí, con la colaboración de Reyes, otro genio que perdió la magia y ahora parece querer revivir tiempos mejores, demostrarán que su sociedad es infalible.

Iniesta golpea el primer día, ante la República Checa. Después es Torres el que se estrena ante Noruega, cogiendo una carrerilla que no parará hasta la final. Sus dos tantos a Eslovaquia en el último partido de la primera fase nos dan el acceso al partido por el título. Allí espera un enemigo con el que, pese a la juventud de nuestros protagonistas, ya existen cuentas pendientes: Alemania. La Alemania que les derrotó el año pasado, la Alemania que cazó a Iniesta. Está claro quiénes van a ser los encargados de ejecutar la venganza. Diez minutos de la segunda parte, cero a cero en el marcador, y surge el chispazo. Típico pase al hueco de Andrés y típico gol de Fernando, con algo de suspense, muy suyo. Torres continua así con su bendita costumbre de marcar el gol decisivo en todas las finales europeas e inicia otra aún más interesante todavía: la de marcar el gol decisivo en todas las finales europeas contra Alemania.

Se despiden con una nueva cita marcada en el calendario. “Nos vemos en marzo de 2003, en Emiratos Árabes; el Mundial sub’20 nos espera”. No lo saben, pero desde ese momento sus carreras se separan. Porque como en las grandes historias de amor (y esta, en cierta manera, también lo es), la guerra se interpone en su camino. La invasión de Irak pospone la cita mundialista hasta el mes de noviembre, y para entonces la nave de Torres ya vuela en otra órbita, la de la selección absoluta. Solo en el Golfo Pérsico, Iniesta decide que la hora de su despegue ha llegado, y se aprovecha del que probablemente haya sido el equipo juvenil más rocoso de nuestra historia reciente para brillar con luz propia. Su faro nos guía hasta una agónica final que perdemos contra Brasil por la mínima, con un gol de córner casi en el último minuto, después de aguantar con diez jugadores desde la segunda jugada del encuentro. Tal vez si Fernando hubiera estado allí…

Pero Torres, todavía un niño entre hombres, está empezando a conocer la dureza del mundo de los mayores. Patadas, críticas y abucheos rodean estos años de su vida, forjando su carácter. Mientras tanto, en Barcelona, Iniesta va quemando etapas de una manera más acorde a la evolución lógica de un futbolista, a pesar de que él no es uno más. Filial, primer equipo, selección sub’21, siempre con humildad, siempre destacando. El verano de 2004 se suma a la larga lista de fracasos de la selección absoluta, de la que Fernando pasa a ser pieza clave tras el fiasco de Portugal. Su socio no llegará a ella hasta el Mundial de 2006, aunque su presencia es testimonial y sólo disputa el último partido de la fase de grupos ante Arabia. Pero ya nadie le moverá de ahí, y los círculos comienzan a cerrarse. Suyo es el gol que marca el punto de inflexión de la Roja de Luis, aquella volea espectacular que silencia el Teatro de los Sueños que es Old Trafford, en Manchester, Inglaterra, el país que les vio nacer como pareja y al que Torres se trasladará unos meses después para dar el salto que su carrera necesitaba.

Y llega la Eurocopa, y aquí no me extenderé, porque sólo hay que decir que, aunque ninguno de ellos había brillado excesivamente durante el torneo, bastó con ver a Alemania en la final para saber que aparecerían. Otro solitario gol de Torres, como en 2001, como en 2002, y otro torneo continental que caía en el saco, como en 2001, como en 2002. Después vino lo de Bélgica, más tarde la lesión de Iniesta que le privó de acudir a la Copa Confederaciones (tal vez si Andrés hubiera estado allí…), y hace tres días lo de Murcia. El Mundial está aquí y puede que tardemos un par de partidos en verlos juntos sobre el campo, pero, cuando lo hagamos, podremos estar seguros de una cosa: tocará disfrutar. No saben hacer otra cosa."